viernes, 27 de mayo de 2016

Historia y expectativa del viejo trapiche de La Soledad

Emma y su nieto Luis Alejandro
Se sube desde La Soledad por la cuesta que da hacia el sur; alejándose unos 100 metros de la carretera nacional se llega a la antigua casa donde levantaron su familia y su patrimonio Domingo Alarcón y Casimira Rondón, una robusta construcción de tapia y bahareque que todavía, a pesar del semiabandono, luce fuerte y señorial.
Detrás del caserón hay un conuco donde Emma Sánchez Alarcón y su nuera Rosa María Briceño mantienen viva la producción de yuca, ají y otras verduras y hortalizas, y por allá al fondo, en un rancho que pareciera una construcción de segunda, está el patriarca, el objeto central de toda una historia familiar y local: el viejo trapiche, que por muchas décadas llenó de panela, guarapo y melcocha toda esta zona del piedemonte.
Esta unidad de producción se encuentra inactiva desde hace más de una década, pero ya se están haciendo las gestiones para ponerla a funcionar nuevamente.

Una historia familiar

Emma Sánchez Alarcón relata dato por dato y nombre por nombre el árbol genealógico del viejo trapiche de bueyes, que es el mismo árbol de su familia: su abuelo Espíritu Alarcón le encomendó el terreno a su hijo Domingo para que fuera a talar y a levantar su propiedad cuando éste decidió irse a vivir con Casimira. Así que en los años 30 del siglo 20 Domingo levantó el potrero, la casa y el trapiche, y desarrolló la siembra original de caña de azúcar. Este sembradío, que hace 15 años ocupaba 2 hectáreas, fue arrasado por un incendio y este accidente paralizó las actividades del trapiche.
Emma recuerda el trabajo rudo para poner a girar el mecanismo de moler con pura tracción a sangre (la fuerza de las bestias), la faena pesada que significaba esa tarea tan aparentemente simple de moler caña para sacar los productos. “La máquina se le compró en Altamira a Cristóbal Rivas, quien se la trajo de Valera a Anselmo, hermano de Domingo. Cuando se molía había trabajo para un parrillero, un fondero, un prensador y un arriero; éste era el que ponía a girar a los bueyes. Una vez se desnucó uno de esos animales; ese era un trabajo fuerte”.
Por tratarse de una industria familiar lo ideal sería que hubiera en la familia continuadores, y sí los hay: por allí anda Luis Alejandro, nieto de Emma e hijo de Orángel Peña y Rosa Briceño, que a sus 12 años observa con interés y curiosidad los viejos objetos y presta atención a su historia.

Aunque están inactivos allí todavía pueden verse todos los implementos usados para procesar las panelas de papelón y otros productos: los calderos, la parrilla, la canoa de batir, las paletas y moldes. Emma y su familia están haciendo gestiones ante la Comuna y el Consejo Federal de Gobiernopara volver a poner a funcionar este trapiche, objeto patrimonial de La Soledad.

La canoa de batir, y sobre ella los restos de un caldero

El sistema de calderos, donde se calienta en diversas fases el jugo de la caña

Fogón de piedra remozado después con ladrillos

plano general de la cocina

Luis Alejandro manipulando los moldes de donde salieron miles de panelas de papelón


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