viernes, 30 de mayo de 2014

Sembrar y empreñar

El verano extremo es la ovulación de la tierra. En la víspera de la temporada lluviosa la tierra seca tiene rato diciendo: “Fecúndame”, y lo pide o lo ordena con tanta violencia que cada contacto termina en preñez. La tierra y la lluvia se aman con furia.
El habla popular en tono de jodedera ha dado con esa clave: no hay fornicación más rabiosa que esa que nos saca de un largo verano. El veraniao entrompa ardorosamente a la hembra y la impregna o inocula con copiosas leches de varón, de esas que dan vida.
Aunque el compai Gino ha descubierto que la imagen de esos encuentros tiene algo de lésbico (“La lluvia extiende el cabello sobre el pecho de la tierra”) no es de ninguna manera estéril. Millones de hijos vegetales y animales vendrán gracias a estos retozos en forma de tormenta. Las semillas germinan al contacto con el agua y nuestras hormonas se estremecen cuando los chaparrones del frío y el relámpago nos arrastran en pareja hacia la cama.

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La canción de Jorge Guerrero dice: “Por lo recio del verano / la vaca vieja Merey /murió atorada en un pozo /cerquita del terraplén. / Ya se me enflacó el caballo / tengo la esperanza en mayo / que venga a reverdecer /para que no se me sequen / los retoños del laurel”. En Altamira de Cáceres empezó a llover en abril (tal como lo predijeron las cabañuelas); en las zonas no montañosas del país parece que está tardando un poco ese evento, pero tengan por seguro que viene pronto. A menos que tengamos otro espantoso año como el 2009-2010, el de la larga sequía.

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La llegada de los aguaceros, acontecimiento que para los campesinos significa el comienzo de la fiesta de la producción, la bendición del rito planetario que ha de facilitar eso de producir siembras y cosechas (alimentos) por montones, para los habitantes de las grandes ciudades anuncia más bien algo de alarma, miedo e incomodidades.
La razón está a la vista y hay que decirla aunque a muchos citadinos les moleste: la lluvia causa estragos en las urbes porque éstas son la negación de la naturaleza, el desafío del capitalismo industrial a lo que antes era armonía con el hábitat original de todo bicho viviente. Al ser humano que vive respetando y aprovechando el curso de las aguas suele irle mejor que aquel que decidió someterlo a lo arrecho.
El hombre “civilizado” se ha apartado de la naturaleza con una violencia y una saña que tiene su origen y procedimientos en una lógica de guerra y por necesidades mercantiles de la guerra: si un maldito río se atraviesa en la ciudad que Dios y el capital me encomendaron construir aquí para hacinar esclavos y consumidores, pues que se joda el río. Cambie la palabra río por la expresión “indio de mierda” y verá que funciona, porque es la misma lógica: yo domino, tú obedeces o desapareces. Si la naturaleza (el indio de mierda) se opone, lucharemos contra ella (contra el indio de mierda) y haremos que nos obedezca. Eso que llaman proceso civilizatorio (más bien urbanizador) consiste, en el capítulo agua, en que yo me cago en el río que tengo más cerca para que mi propia mierda no me perturbe. Yo jodo al río y lo encajono en un cauce de cemento creyendo que con eso lo estoy dominando. Hasta que viene la mamá de todos los ríos, que es la lluvia, y me pasa factura. Y como no encuentro explicación ni respuestas a mi tragedia entonces culpo a Dios o al alcalde Jorge Rodríguez por no controlarme ese palo de agua, vengador del Guaire y sus quebradas tributarias.

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Por muy recios, pragmáticos o insensibles que seamos o queramos aparentar ser, esto de la lluvia nos afecta y nos conmueve de alguna forma. El campesino tiene a la mano y a la vista la explicación: llueve y es hora de sembrar, y en pocas semanas o meses veré el resultado de esta ceremonia.
En cambio el citadino, por mucho google que consulte, difícilmente dará con la explicación de la profunda melancolía, la rara ternura y la suspiradera que le produce la lluvia, a pesar de que ésta sólo le trae desgracias y calles que no lo dejan pasar porque los ríos son de basura y sustancias horribles. Pero así la sociedad industrial le haya hecho a usted eso (convertirlo en un ser desapegado de los elementos; de la piedra, la mata, la bestia y el agua que son sus hermanos) hay algo que no le ha podido borrar de los adentros, y es cierta información primitiva que viene en sus genes.
Urbano o campesino, vegano o cosmopolita, usted sigue siendo animal hecho de tierra y vendavales; por eso a los habitantes de la ciudad el coito que es la lluvia lo entristece, le remueve “cosas”, lo llama a la cama y al calor de esa otra piel a la que extraña. Cosa rara: así esa piel esté al lado usted seguirá poniéndose triste con la lluvia, y por eso el éxito de la clásica y millones de veces repetida escena del cine de todos los tiempos y latitudes: el personaje lloroso y fulminado por la melancolía mientras ve las gotas de agua resbalando por el vidrio, ese cristal coñoemadre que se interpone entre usted y el elemento que lo llama. Su cuerpo está triste porque, en lugar de estar metido en esa maldita oficina o ese maldito apartamento, usted debería estar en un lugar más silvestre, sembrando o revolcándose con alguien para darle continuidad al juego perpetuador de las especies, de la nuestra y la de otros seres vivos, compañeros de viaje planetario.
Sembrar y revolcarse con alguien en un lecho son una misma cosa. Sembrar: penetrar. Son actos que, si usted se lo propone, sirven para lo mismo: en la cama usted preña o se deja preñar; en el campo o el conuco usted mete las manos y la intención en el fornicio del agua con la semilla. La persona que siembra participa en un trío maravilloso, o al menos en una suerte de voyeurismo activo. En la cama y en el suelo jugamos a la peligrosa o sublime coreografía de la fertilidad.

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En estos días de recio temporal o sabrosita llovizna montañera he sembrado piña, plátano, yuca, frijoles, tomate, aromáticas varias; he puesto a germinar unos aguacates, lechosas, una guama, unos árboles de ben (moringa). No he tenido tiempo ni pretextos para ponerme nostálgico, ya que mi cuerpo y mi mente andan en esto.
Traducción y advertencia para mi chiquita: estoy sembrando, así que si vienes por ahí te germino, o lo intento.

2 comentarios:

Diana Moncada dijo...

¡Qué buen trabajo el de Las Casas del Cazador! Me ha gustado mucho la analogía de las casas de Rafael Martínez con su obra y su accionar, muy buen recurso narrativo.
Gracias y saludos.

Anónimo dijo...

...."OOOOOH INMMINENTE SAGANROBERTO QUE LA PACHAMAMA NOS CUBRA CON SU MANTO".....HUUMMMMMMMM O EN SU DEFECTO NO EL TUYO EL DE ELLA QUE ES MUCHO MAS SABIA NOS AKB QUE MUCHO ¿MERITO? COMO ESPECIE, SI UNA ESPECIE DE COMEMIERDAS QUE NO QUEREMOS APRENDER QUE CON MAMA NATURA NO SE JUEGA...HE DICHO YA SABRAS QUIEN COÑO TE EXTRAÑA Y ESTIMA TE DOY UNA PISTA E.W&F