La actual generación de venezolanos es afortunada. No
están tan lejanos los tiempos en que comenzó a masificarse una de las
expresiones musicales más poderosas de nuestro pueblo: la música llanera, tal
como la conocemos, adquirió forma, cuerpo y espíritu en las manos y en la
garganta de caballeros que todavía andan por allí contando y cantando su gesta,
su hazaña, su batalla por la cultura de un país. Así que los venezolanos vivientes podemos encontrar testimonios vivos de cómo fueron los inicios, o al menos la transición entre las formas originarias y las actuales de esta expresión.
Presentar desde esta perspectiva la metáfora llamada Jesús Quintero, El Tigre de Matanegra, es hacerle honor a un país noble que nos arrebataron antes de poderlo construir completo. A este tipo de hombres-símbolo de nuestra cultura es bueno ubicarlos en su exacta dimensión y mostrarlos en su contexto histórico.
Presentar desde esta perspectiva la metáfora llamada Jesús Quintero, El Tigre de Matanegra, es hacerle honor a un país noble que nos arrebataron antes de poderlo construir completo. A este tipo de hombres-símbolo de nuestra cultura es bueno ubicarlos en su exacta dimensión y mostrarlos en su contexto histórico.
Hace unos días tuve el honor de conocerlo, en
conversa enriquecida por el andar barinés de Leonardo Ruiz Tirado y Ramón
Arroyo. De ese breve encuentro me quedaron unas cuantas sensaciones y mucha
información, pero rescato la metáfora esencial: El Tigre de Matanegra
representa el ser humano sencillo y honesto, nacido en Venezuela, a quien una
élite sometió a exclusión y a olvido, pero que nomás despuntar Chávez en el
horizonte: “Se nos abrieron los ojos” (palabras del cantor). La historia de
este caballero básicamente es la de un pueblo.
Grande y sencillo
Nació Jesús Quintero en 1943 en Camachero, cerca de
Santa Bárbara de Barinas y del caserío que después le dio nombre artístico.
Hijo y sobrino de músicos y cantantes, fue testigo de unos cuantos momentos y
eventos extraordinarios, aunque no lo parezcan. De niño iba a las fiestas y
veía a sus tíos tocar unas bandolas de las antiguas, “unas bichas chiquiticas,
no como las culonas de ahora, que se empezaron a ver fue cuando Anselmo López
empezó a tocar”. Con esas bandolas, los cuatros y las maracas se armaba el
joropo en ese tiempo (años 40 y 50). A los 12 años de edad, ya muerto su papá,
lo captó un señor llamado Bernabé Márquez, nativo de Pregonero (“¡qué
viejo pa cantar bonito, y nunca grabó!”,
recuerda el Tigre) y me decía “Ven acá Silvanito (Silvano se llamaba mi papá),
no tenga miedo. Usted va a ser cantante, usted tiene una voz muy buena”, me decía,
y me ponía a cantar con él. Y verdad fue”.
Un día se enteró de que en Santa Bárbara iba a
presentarse Juan de los Santos Contreras, “El Carrao de Palmarito”; recuerda
que fue cuando tenía unos 12 años de edad, así que debió ser en el año 1955. Al
llegar presenció algo prodigioso: la primera arpa que vio en su vida. La
ejecutaba Luis Reyes, quien todavía vive. De pronto la gente comenzó a
pedirle al joven Jesús que se montara en la tarima para contrapuntear con El
Carrao, y como el muchacho no se movía un hombre del pueblo lo cargó y lo montó
en la tarima como un gallo. “Las piernas me temblaban”, cuenta Jesús. El Carrao
no aceptó cantar con él pero lo dejó cantar solo algunas de sus piezas. “Cuando
terminé de cantar me dio la mano y me dijo: ‘Lo felicito, usted tiene una gran
voz, un gran oído, échele bolas que usted va a ser alguien en el canto algún
día’”.
Uno escucha las canciones del Tigre de Matanegra,
oye tanta historia y de pronto se encara con la leyenda viviente. Al detallar
al caballero en toda su sencillez, con toda aquella profunda simpleza del
veguero, y comienza a dar con la clave, que por cierto no es ningún misterio:
el héroe genuino, el ídolo, el símbolo que perdura, es el que nunca pierde el
apego a la tierra ni a la gente humilde. Sólo la gente del pueblo reconoce al
pueblo en sus códigos, con sólo mirarle la cara y los gestos.
***
“A nosotros los pelabolas nos enseñaron fue a votar.
Yo votaba por Copei porque mis papás eran copeyanos, pero nunca viví de eso”, confiesa
con esa honradez que se ve tan poco en estos días. “Además Rafael Caldera era
un pretencioso. Una vez nos llevaron a cantarle en una finca por Pedraza, el
hombre estaba ahí cerquitica de nosotros y ni siquiera nos miró”. Momento
oportuno para preguntarle cuándo despertó a la política, cuándo se interesó en
ese ámbito. “Lo mío empezó con Chávez”, dice.
Tenía 49 años cuando, la
madrugada del 4 de febrero de 1992, presenció con su mujer el “Por ahora” por
televisión. Yo le dije a mi mujer estas palabras: “A este hombre lo van a meter preso y no va a salir más nunca,
pobrecito. Pero si sale y se mete en la
política yo voto por él”. Comprobación de la clave: esos pocos segundos le bastaron
para reconocer en aquel muchacho al compañero de miserias y de sangre, lo
opuesto a aquel engreído empaltosao, el primer presidente que vio en persona
sólo para recibir su desprecio.
El despertar del que habla Jesús Quintero se manifiesta
de varias formas. “Imagínate que yo creía que en Cuba se comían la gente, que
ese hombre de allá era muy malo. Yo sentía miedo por los cubanos. Con Chávez se
descubrió que todo eso era mentira. Yo fui a cuba a llevar a un primo que
estaba enfermo, estuve 15 días allá. Esa
gente es buena”.
La Casa de la Cultura de Santa Bárbara de
Barinas lleva el nombre y el apodo del cantante, uno de los más importantes de
la canta llanera. Aquel muchacho a quien le temblaban las piernas al
enfrentarse a quien representó al Diablo en la copla recogida y reinventada por Alberto
Arvelo Torrealba. Ese que venció aquellos miedos para convertirse en este emblema.
1 comentario:
Que buena esa historia, me dan ganas de darle un abrazo a ese hombre
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