jueves, 1 de marzo de 2012

Febreristas y ardorosos

Sí, este artículo debí escribirlo y publicarlo al comenzar febrero y no cuando ya se fue. Pero aquí hablaremos de la muerte, y lanzar epitafios al vuelo a veces es pertinente.
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Todas las sociedades y culturas del mundo industrializado muestran con orgullo sus heridas y sufrimientos. En el lenguaje de la locura civilizatoria, invocar una historia heroica significa recordar que se ha tenido una historia dolorosa. Tal cual los hombres envejecidos o en proceso de envejecer, los países, pueblos y naciones le otorgan al sufrimiento el carácter de maestro terrible y por eso las cicatrices se muestran con orgullo. Civilización: el duro y largo camino desde el salvajismo hacia la paz, con escala indefinida en la barbarie.
He dicho “los hombres” porque no es femenina la exhibición de heridas y deformidades, y ya no hay enigma o misterio alguno en el hecho de concluir que la machista historia de la humanidad guarda relación directa con los golpes propinados y recibidos: a carajazos se ha construido y destruido la raza humana, la muerte se llora y se celebra porque de eso está hecha la Gloria y construirla ha sido tarea de varones, jefes y esclavos que en su guerra secular han levantado obras monumentales y descendido a abismos espantosos.
Los golpes y accidentes forjan el carácter, son el alimento de la templanza. Los tiempos de paz son el presunto premio al final de la apoteosis guerrera, pero ningún conglomerado humano se enorgullece de su vocación pacífica (a pesar de la propaganda cristiana y las muchas adulancias a un Ghandi) sino de su capacidad para guerrear, de sus verídicas o más o menos exageradas epopeyas.
El pueblo de Venezuela, como cualquier otro, tiene atrás (y adelante) un notable tránsito por esos duros derroteros del dolor. Como cualquier otro (hay que insistir en esto), rinde culto a héroes cuyo renombre está asociado al mucho matar y al terrible morir. Desde Guaicaipuro hasta los mártires de abril 2002, pasando por Bolívar, Ribas, Zamora y todo ese catálogo de nombres galvanizados en la conciencia colectiva de los venezolanos figuran en las narraciones básicas de nuestra formación ciudadana con alguna mención a la sangre y la destrucción. Es verdad que otros íconos genuinos o impuestos (Reverón, Carreño, los muchos músicos, artistas y figuras queridas) vienen a matizar ese colosal cementerio de descuartizados, pero nunca verá usted a nadie mencionado por encima de Bolívar, Páez y los otros; la memoria del quehacer y el fundar tiene el ancla clavada en la muerte y no en el disfrute o la contemplación.
Estas cosas me vienen a la memoria porque recién culmina febrero. Y febrero resume buena parte de lo que fuimos construyendo, de las veces que tuvimos esperanzas y de las veces en que fuimos masacrados. Febrero es la síntesis del relampagueante y ardoroso camino que ha sido forjar historia en Venezuela.

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